Érase una vez un gentil hombre que se casó, en su segundo matrimonio, con una mujer muy orgullosa. Esta tenía dos hijas que habían heredado su carácter y que se le parecían en todas las cosas. Por su parte, el marido aportó al nuevo matrimonio una hija, muy dulce y bondadosa, Cenicienta.

Las tres envidiaban mucho a Cenicienta y le obligaban a trabajar para ellas, limpia los suelos, recoge los cacharros, limpia las habitaciones. La pobre niña lo sufría todo con paciencia y no osaba quejarse a su padre que la habría regañado porque aquella esposa le dominaba por entero.

Cuando la jovencita había realizado todas sus tareas, se iba a un rincón de la chimenea sentándose sobre las cenizas, lo cual hacía que la denominasen comúnmente con el mote de Carbonilla. La hermanastra pequeña, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta, pero Cenicienta, con sus ropas viejas no dejaba de ser cien veces más bella que sus hermanastras.

Y sucedió que el hijo del rey dio un baile e invitó a todas las personas de calidad, siendo nuestras dos señoritas también invitadas, pues ellas pertenecían a las familias importantes del país, a Cenicienta no le permitieron ir, y ella tuvo que confeccionar los trajes para sus hermanastras.

Cuando terminó sus tareas, Cenicienta se fue a su cuarto y comenzó a llorar pero de pronto, se presentó su hada madrina y le dijo… Eres muy buena chica y tú irás al baile.

Ella la llevó a su habitación, y le dijo.

-Ve al jardín y tráeme una calabaza, Cenicienta se la entregó y entonces la tocó con su varita y la calabaza se transformó en una bella carroza dorada.

El hada convirtió a sus ratoncitos en los caballos y chófer del carruaje. Cenicienta estaba muy contenta pero le dijo a su hada que no podía ir con esos ropajes. Su madrina no hizo sino que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y en ese mismo momento se transformaron en un traje de tejido de oro y de plata todo recamado de pedrería, también el hada le dio un par de zapatitos de cristal, los más hermosos del mundo.

– Una cosa debes tener presente- le dijo el hada- No puedes volver después de la medianoche, o todo el hechizo se romperá. Cenicienta partió hacia el baile muy contenta.

En la fiesta, el príncipe sólo tenía ojos para ella. Bailaron juntos toda la noche. Los asistentes, incluido el rey, estaban de acuerdo en que formaban una buena pareja. Todo el mundo se preguntaba quién sería aquella joven, ya que ni siquiera sus hermanastras pudieron reconocerla.

Cenicienta estaba tan feliz, que sólo se acordó de la advertencia de su hada madrina al oír la primera campanada del reloj, que anunciaba la medianoche. Salió del palacio tan deprisa que perdió un zapato de cristal.

Como lo único que le quedaba al príncipe de ella era el zapato de cristal, anunció que se casaría con la persona a quien perteneciera el zapatito. Recorrió el reino probándoselo a todas las damas, pero nadie tenía loas pies tan fino como Cenicienta.

Por fin la prueba llegó a la casa de las hermanastras, que hicieron todo lo posible para hacer entrar su pie dentro del zapatito, pero no pudieron lograrlo. Cenicienta que las miraba, y que reconoció su zapato, dijo sonriendo:

-¡Creo que yo puedo calzármelo!

Sus hermanastras se pusieron a reír y se burlaron de ella. La sorpresa de las hermanastras fue muy grande, pero más grande fue todavía cuando Cenicienta sacó de su bolsillo el otro zapatito que se calzó.

El príncipe y ella joven Cenicienta estaban muy felices de haberse vuelto a encontrar y prometieron que no se separarían jamás.