En un pequeño pueblo apartado de la ciudad, cuatro chavales jóvenes, famoso por sus gamberradas se reunían cada día con el propósito de sembrar el caos y hacer rabiar a la policía.  Un día, uno de los amigos desafió al resto del grupo:

– Apuesto a que nadie de vosotros se atreve a pasar una noche en el cementerio del pueblo.

Todos se rieron y aceptaron el desafío.

Una oscura y silenciosa noche de ese mismo verano, el grupo de amigos acampó finalmente en el centro del cementerio, rodeado completamente de tumbas.

Antes de acostarse, los cuatro amigos cogieron sus linternas y exploraron el cementerio de punta a punta.

– ¡Eh mirad! – dijo uno de los chicos –  En esta tumba está enterrado el que en su día fue el hombre más rico de este pueblo. ¡Dicen que estaba forrado!

– Genial –dijo otro de los chicos y acto seguido cogió una pala que había en un rincón y empezó a cavar sobre la tumba.

– ¿Qué haces? –dijo un tercer chico.

– Si este hombre era rico y no tenía herederos, es posible que lo hayan enterrado con su fortuna. Además, está muerto. No puede hacernos nada.

El muchacho siguió cavando hasta que la pala tropezó con el ataúd de madera ya carcomido y mugriento.

– ¡Aquí no hay nada!

– ¿Y si está dentro del ataúd?

– ¡De eso nada, no pienso abrirlo! Ahí dentro hay un hombre mugriento.